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miércoles, 17 de octubre de 2007

Mi Relato

Pos nada eso... el relato finalizó :P A ver como quedo en el concurso de Relatos de castellón


Historia de un árbol


Otro incauto, mejor será que me escuches antes de que te arrepientas.


Era un día corriente, de un mes corriente, de un año corriente. Todo era muy corriente excepto el echo en sí de que pasaban hechos extrañísimos alrededor mío y yo no me daba cuenta.


Hacía tiempo que conocía a Alberto. Más o menos siete meses. Y nunca hasta hace una semana pude siquiera sospechar sobre sus inseguridades y problemas mentales.


Alberto había sido un amigo bastante bueno desde que, el día que lo conocí, nos cruzamos toda Córdoba de cabo a rabo hasta las tantas de la mañana. Siempre me había parecido que su afición por los árboles era más bien por trabajo que no por amor a ellos. Al fin y al cabo, era ingeniero agrónomo.


Sin embargo, todo cambió hace tres semanas. El día que se enfadó conmigo. Estábamos en una cafetería por la tarde los dos y varios conocidos más, cuando así de pronto se me ocurrió la tontería que podríamos hacer una semana de camping en el monte. Poseía yo un terreno en la montaña lleno de abetos y cerca del río que poco uso le habíamos dado nunca. Lo comenté y recibí una calurosa aprobación por parte de todos. De todos, excepto de mi amigo Alberto, el cual parecía que le hubiera notificado la muerte de un ser querido en ese momento. Nadie quiso creer que se había enfadado por eso, pero era lo que había ocurrido. Se levantó, me miró con una cara de odio que aún recuerdo con temor, y se fue casi corriendo, gritando “¡¡Nunca mas!!”. Como podrás comprender, la cara que se nos quedó a todos por la exageradísima reacción de alguien a quien considerábamos cabal era de portada del Jueves.


Durante cuatro días estuve intentando localizarlo llamándolo al móbil, que parecía fuera de cobertura, sin éxito. Por lo que al final decidí pasar a mayores e ir directamente a su casa a hablar con él. Quería saber qué había provocado una reacción tal como para no hablar con nadie desde entonces. Con esto llegamos al día en cuestión de la historia.


Cual fue mi sorpresa cuando llegué allí y descubrí que mi amigo había puesto en venta su piso. No había nadie. Ni siquiera se veían muebles desde las ventanas desnudas de cortinas. Sólo se podía ver un cartel adosado a una de las ventanas que rezaba “Se vende. Precio muy económico” y el nombre de la inmobiliaria. Ni siquiera un número de contacto con el cual hablar. Sólo me quedaba una opción.


Mientras iba hacia la inmobiliaria preocupado, empecé a rememorar todos y cada uno de los momentos en que habíamos participado Alberto y yo. También me dí cuenta de lo poco que conocía a mi amigo aún. Ni siquiera sabía de donde era originariamente ni sus apellidos por lo que si quería desaparecer de nuestras vidas lo tenía muy fácil. Nunca se llega a conocer a la gente en profundidad hasta que tienes problemas con ellos. Eso es una verdad universal. Nos gusta mantenernos al margen y suponer lo que queramos suponer antes de conocer a alguien de verdad.


Con la preocupación constante de haber echado a mi amigo, sin saber porqué, llegué a la inmobiliaria en cuestión. Era la típica inmobiliaria de toda la vida, pequeñita y acogedora, atendida por, posiblemente, el propio dueño de la empresa. Al entrar se levantó de la mesa y me saludó con efusividad, pensando que iba a realizar una venta, supongo que por el hecho de que siempre he ido con traje debido a mi trabajo de comercial a puerta fría. Como no, salieron mis dotes de comercial y le seguí el juego, haciéndome el interesado por tal o cual vivienda, y llevando la conversación hacia la vivienda que me interesaba. En el momento en que me mostró la vivienda de mi amigo me fijé inmediatamente en el precio. Era realmente irrisorio. Lo vendía por noventa mil euros. Un Duplex en pleno centro de ciudad. Me dijo que tenía muchas ofertas. Le pregunté por el dueño, alegando un interés por conocer a alguien con tan poca valoración de sus propiedades. Recuerdo con detalle lo que me dijo porque me impactó.


¡El dueño! Es un auténtico filántropo. Hace años que trabajo con el, vendiendo varias de sus propiedades a precios bajísimos. Entre usted y yo, está locuelo perdido, pero me llevo una buena comisión con las ventas, siempre que no ‘infle’ los precios, como él me dijo. Jajajaja... La verdad, es que si no fuera por el dinero que gano con él, ni me acercaría”.


Con esto me quedó tajantemente claro lo poco que conocía a mi amigo. Le pregunté al vendedor por la dirección del propietario actualmente, pero me salió con el derecho de privacidad del vendedor que había pactado. Íbame ya, cuando se me ocurrió preguntarle cuantas propiedades había vendido mi amigo. “21 con ésta, si señor. Todo un autentico ricachón”.


Llamé inmediatamente a Edelmira. Quería hablar con alguien sobre todo esto. Cuando le comenté todo lo que había descubierto sobre mi amigo Alberto, se quedó de piedra, pues para ella, que nos conocimos tres meses antes, Alberto y yo éramos amigos de toda la vida. Me recomendó no seguir buscando. Me dijo que si se enfadaba de esa forma por nada, no merecía la pena el tiempo que estaba malgastando con el. ¿Por qué no le hice caso?


Decidí que lo mejor era ir a su trabajo a ver si lo encontraba. Cada vez necesitaba más hablar con él con urgencia. ¿Con que clase de persona había estado quedando? El trabajaba en una cooperativa agrícola como director de recursos. Al llegar, me sorprendió no encontrar a la misma secretaria de todas las veces que había ido, sino una nueva muñeca barbie que parecía mas impresionada por el color de sus uñas que no por el altercado que se acababa de producir en la entrada con un extintor. La barbie me comentó que en estos momentos mi amigo no estaba en la cooperativa, y que podía ir a verlo a una zona restringida siempre que firmara unos papeles de confidencialidad. Naturalmente los firmé. Había encontrado a mi amigo. Lo curioso fue la tarjeta que me dio como pase para entrar en la zona restringida. No tenia nada que ver con la cooperativa, y un logotipo indicaba que pertenecía a un campo de cultivo llamado “Campo Paraíso” ¡Qué irónico!


Ahora mismo lo que más me molesta es que ni siquiera me estás escuchando. Sigues a la tuya y luego lo lamentarás como yo. Pero bueno, sigamos con el relato hasta el terrible final y que tu dios te ampare.


Llegué al campo de cultivo, y en la verja de entrada me pidieron la tarjeta unos hombres vestidos con trajes que parecían de Luciano Barbera. Aún más me extraño, que cuando entré y cerraron la verja, me dí cuenta de que se marchaban de su sitio. Como si ya hubieran cumplido con el trabajo asignado, como si me hubieran estado esperando hasta ese momento.


Una pequeña casa se encontraba en medio de los cultivos. Detrás parecía vislumbrarse un pequeño bosque de abetos. Raros en contraste con el resto del campo, todo recién arado.


Llamé a la puerta. “¿Hola?, ¿Hola?, ¿Alberto?” Nadie contestó.


La casa se componía de una pequeña cocina, un amplio comedor y una habitación. El comedor tenía una puerta trasera que, seguramente llevaría al extraño bosque que vislumbré antes.


En la mesa había dos sacos de abono para plantas. Uno de ellos abierto y con su contenido medio disperso encima de la mesa. En la cocina se oía una vieja olla a presión burbujeando y marcando su territorio con el humo. Al menos había alguien allí.


Mientras recorría el comedor, fui viendo fotos y fotos de gente antigua, gente nueva. Algunas fotos arrancadas de forma en que sólo se veía en el retrato una persona sonriente.


Había incluso una foto mía. La ví al llegar al lado de la puerta. Era una foto que nos habíamos sacado hacía unos meses el y yo. En contraste con el resto de fotos, en esa foto había alguien más, Alberto, y además estaba entera. No se porqué, pero en vez de sentir inquietud en ese momento, sentí orgullo, por ver cómo mi amigo me había considerado como parte de su familia, o incluso por encima, dándome ese trato especial.


Esperanzado en que podría solucionar todo lo que hubiera pasado, aunque no acababa de entender el qué, salí por la puerta trasera en busca de mi amigo. Y allí a lo lejos lo encontré. Entre los árboles había un claro en donde un hombre parecía estar cavando en medio de todo. Estaba realizando un trabajo enérgico y constante. Ahora que salía de la casa empecé a oir la tonadilla alegre de Louis Armstrong “What a wonderful world”, que saldría posiblemente de un casete que tendría cerca para trabajar.


Le llamé. Alberto se giró, me miró con tristeza y me señaló que me acercara. “Me avisaron de que venías”, dijo.


Mientras me acercaba me di cuenta de una suave brisa que agitaba los árboles de forma agradable, raro en una zona tan seca y calurosa, y en pleno verano. Cuando llegué hasta él. Me cogió la mano y me puso una semilla en la mano. “Un árbol amigo mío, es lo más eterno que tenemos aquí en la vida. Si no lo molestas puede vivir eternamente. Aún así, es lo más frágil que existe. No puede moverse, por lo que tienes que cuidarlo y protegerlo. Eso me lo enseñó mi padre y a él su padre y anteriormente el padre de su padre.


Intenté hablar con el, preguntarle para qué me decía todas esas cosas. Pero el siguió con su discurso sectario. “Los árboles son nuestro futuro, nuestra vida, nuestra esperanza, nuestras memorias perdidas. Si sabes escucharlos puedes llegar a dominar cualquier empresa que te decidas. Pues ellos te guiarán correctamente. Nunca hay que subestimar a la voz de la naturaleza. Lamentablemente, hoy por hoy nadie escucha. Es un arte perdido. Compañero, tú escuchas a medias. Eres uno. Y no sabes cuanto dolor me produce ello.


Aún alucinado por todo lo que decía, pensé que lo mejor sería sacarlo de ahí y llevármelo a tomar algo en otro sitio para hablar de “otros” temas. Yo nunca he sido muy religioso, y creía que el fanatismo era lo peor de las religiones. El siguió. “¿Sabes?, Sabía que acabarías viniendo. De entre todos, eres el único que se preocupa de verdad. He conocido a gente como tú antes y siempre los he llevado al camino bueno. Pero a ti te quería fuera de todo esto. Un amigo con el que charlar, un ancla en el mundo que el resto llama real. ¿Ves todos estos árboles? Míralos, míralos atentamente, escúchalos.”


Me dí cuenta de que estaba trastornado de verdad. Me daba miedo, pero aun así empecé a mirar. Algunos árboles eran grandes. Tendrían ya unos 200 años. Eso lo sé ahora. Otros eran muy jóvenes. Incluso había en medio del claro árboles aún naciendo. Ahora que me fijaba, me dí cuenta de otro detalle. Todos los árboles tenían una placa en ellos. Una placa, un nombre. Ellis, Sabrina, Rita, Ana, Rodolfo, Alfredo, Alberto,… habían tantos y tantos. No alcanzaba a comprender todo aquello.


De repente todo se volvió, podría decir oscuro, pero no era oscuro. Ni tampoco claro. Además fue un momento. Al momento siguiente, estaba mirando desde el suelo a mi amigo. Se fue corriendo. Posiblemente, pensé, me había dado un infarto o me había caído una rama, o a saber qué. La brisa soplaba más fuerte ahora. Hasta parecía que oía voces. “Escucha, escucha, escucha---“. Volvió con un papel en la mano. Bueno, yo creía que era un papel. En realidad era mi fotografía. Entonces la rompió en dos y lanzó un trozo sobre mí. De refilón me fijé que me había lanzado el trozo en donde él se encontraba. “Amigo mío, ahora cuidaré de ti. Pagaste con tu firma tus posesiones terrenales. Serás un árbol. Con la semilla que tienes renacerá tu alma, con mi imagen ganarás protección y con éste abono que te traigo crecerás fuerte y rápido”.


Entonces me dí cuenta de que no estaba sólo en el suelo, sino en el lugar donde él había cavado. Le grité, le grité y seguí gritando como un poseso, pero no me hizo caso mientras me lanzaba palazos de arena hasta enterrarme completamente. Ahora sé que ya estaba muerto y no estaba realmente gritando.


Ahora soy un abeto. Estoy en el bosque de abetos de Alberto. Supongo que él mismo eligió ese nombre. Oigo las brisas y se de quien son las voces. Los abetos como yo que intentan advertir a gente como tú de que no te quedes, que corras, que huyas antes de que te entierre. Todos contamos nuestra historia como advertencia. Ésta es la mía. Pues, una eternidad de quietud, cuando has sido hombre, es peor que el própio infierno.


Escucha, escucha, escucha….


4 comentarios:

  1. Muy bueno, si señor....
    Felicidades...
    xD

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  2. Qué "twilight zone" que eres... jeje. Sin duda alguna, creo que la mejor parte es la de la descripción de su llegada a la casa.

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  3. Me ha gustado. Muy buen final. :)

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